LA GULA: ¡A COMER SE HA DICHO!

Siempre que pienso en la gula lo primero que me viene a la cabeza son los bufés libres de los hoteles, y más concretamente los desayunos; esos donde la gente se llena el plato hasta los topes de comida, normalmente alta en calorías y colesterol, es decir: muchas salchichas, huevos fritos y muchos bollitos industriales, que si llevan algo de chocolate y mucho azúcar, mejor, y a los que se vuelve corriendo a repetir porque se te ha olvidado probar esas ensaimadas que tan buena pinta tienen. No recuerdo haber visto a nadie atiborrándose de fuentes de frutas y algún yogurt, no. Es gratis y hay que aprovechar para dejar la panza satisfecha. Hace un par de fines de semana pillé a un rollizo caballero desabrochándose el botón del pantalón, pero ahí siguió, dale que te pego a una especie de alubias con lo que parecía chorizo, a primera hora de la mañana.

Pero bueno, que tire una piedra al río aquel que no lo haya hecho alguna vez. Yo misma me recuerdo hace unos años, en un viaje donde el desayuno del hotel era espectacular, poniéndome como «el gran Kiko», y lo dejo ahí porque me abstengo de explicar la barbaridad de proteínas, hidratos de carbono y grasas que me metía para comenzar el día. Y ese fue el problema, yo misma me había convencido de que era lo más adecuado para afrontar la agotadora jornada del turista: desayunar muy fuerte, una comida moderada, un refrigerio a media tarde y una cena ligera. Algo debí hacer mal, tal vez las cenas no fuesen tan ligeras o el desayuno demasiado completo o las pizzas del mediodía no las digerí bien, porque a los cinco días, si os cuento que me puse tres kilos encima, es posible que me quede corta. Eso sí, me sirvió de lección y ahora me ciño al zumo de naranja, unas tostadas con tomate y algo de embutido y un café o té…Vale, y si no lo puedo resistir cojo un croissant pequeño. Pero de ahí no paso.

Por eso hay que estar tan alerta con los bufés, porque encima de promocionar la ingesta exagerada de alimentos, no suelen ser los más sanos del universo. Pensad que están para ganar dinero y por un precio de unos 15 euros, la comida que van a poner más a la vista será la que más sacie, o sea engorde, y obviamente no la van a cocinar con el mejor de los aceites de oliva virgen extra. Tampoco quiero decir con esto que sea mala, pero parece evidente que para tratar de contentar a los comensales lo antes posible tendrán que cocinar con mucho pollo empanado, mucho arroz y mucha pasta; léase: nuggets, tallarines con tomate y arroz hervido. ¡Ah! Y mucha patata.

Sin embargo, en vez de dedicarme a hacer hincapié en este tipo de bufés, os voy a hablar de uno que se sale de todos los cánones establecidos y que en mi opinión es el mejor bufé libre del mundo —Igual existe algún otro, pero yo no lo conozco.

La casualidad quiso que hace unos dos años, cuando tuve que ir por el sur de Francia con un grupo de gente, un lugareño nos insistiese en que teníamos que ir a Narbona a conocer Les Grands Buffets. A mí la oferta no me sedujo en absoluto, no me gustan los bufetes libres, y encima, no lo recuerdo con exactitud, pero tener que pagar entre 30 y 35 euros, bebida a parte, no me parecía ningún chollo. Se empecinó tanto que al final accedimos. Cuánto me alegré de ir: uno de los restaurantes más curiosos que he visto en mi vida.

Se encuentra a las afueras de la ciudad, en un centro comercial, y ahí, compartiendo espacio con gasolineras, hipermercados y bolera, se encuentra una gran pirámide de cristal, imita al Louvre, que es el reconocido comedor. Antes de entrar hay una súper báscula para que puedas pesarte sin complejos y comprobar después cómo te has comportado en la mesa —Yo me abstuve.

De la decoración del local os comento que me recordó a un bistró de los años treinta, con ese toque decadente que resulta encantador, mezclado con extrañas pinturas de plantas; y con lo primero que te topas, para darte la bienvenida, es con una fuente dorada que chorrea chocolate sin parar. Después miras a tu alrededor y vas viendo que han colocado diferentes estaciones para diferenciar los distintos tipos de alimentos.

Quesos en Les Grands Buffets

El bufé se divide en secciones temáticas: más de 40 tipos de queso; charcutería; pescados y frutos del mar, con ostras y langosta incluidos; estofados y platos de cuchara; caracoles —yo no los probé pero me llamaron la atención—; foie gras casero de muchas variedades; carne de ternera, pato y yo que sé mas; steak tartar…Lo voy a dejar ya porque estoy empezando a salivar , signo de que la gula está asentándose en mis instintos más primarios, y solo comento de pasada que habían más de cien tipos de postres…y los podías probar TODOS!!! Por eso te aconsejan que antes de lanzarte en picado, plato en mano, te des una vuelta para que selecciones lo que más te apetezca, saborearlos todos es imposible.

La bodega: increíble. Era el santuario del buen catador de vinos. Se pagaba a parte, pero a un precio muy asequible. Lo podías pedir por copas, para degustar varios, o botella entera; te podía costar 18 euros, la misma que en cualquier restaurante de París valía 100 y en el prestigioso Alain Ducasse, 200 euros.

Esto último sé que es cierto porque tuve la suerte de cenar en ese restaurante y comprobar lo desorbitado de sus precios. Siendo cierto que la decoración del local es exquisita y te sientes transportado al siglo XVIII, con esa enorme chimenea de mármol y esas lámparas de cristal que penden de los altísimos techos, con cuadros y filigranas dorados, todo al estilo María Antonieta, la comida no me pareció para tres estrellas Michelin; y si la memoria no me falla, el plato más barato no bajaba de 60 euros. Así que si alguno tiene pensado disfrutar de una agradable velada en Alain Ducasse, que se prepare a desembolsar 300 euros por persona, y fuimos al mínimo.

Desde luego ese no es el sitio ideal para dar rienda suelta a la gula, por ello vuelvo a Les Grands Buffets. Os aconsejo que si vais os informéis sobre las reservas, a mí me llevaron y no sé cuál es el sistema. Hay dos turnos de comida y dos de cena, de 300 personas cada uno. Así que diariamente atienden a 1200 almas lujuriosas de comida. Y si llegáis a ser uno de sus afortunados huéspedes: ¡cuidado con las lorzas que se te pueden incrustar en el abdomen! Aviso: cuestan un poco de quitar…aunque, queridos pecadores, cerrando la boca más de lo normal se consigue.

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