LA VECINA DEL TERCERO DERECHA

Prólogo

                                                                                                                                                                   Valencia, 1 de noviembre de 2018

Sin dejar de frotarse los ojos doña Josefa recorrió unos pasos hasta situarse en el centro de la amplia y majestuosa portería. No tenía la menor intención de abandonar su puesto hasta que los encargados de trasladar el cuerpo de Enrique Giner al Instituto Anatómico Forense lo hubiesen instalado en el furgón. La policía así se lo había pedido y ella iba a cumplir con su obligación; se consideraba la responsable de todo lo que sucediera en el edificio, por algo esa era su portería.

     Agarrada con fuerza a la medalla de la Virgen de los Desamparados se quedó absorta mirando la luz que atravesaba la enorme cristalera situada sobre la puerta de acceso al patio, que inundaba la estancia de vivos colores transformando el blanco mármol del suelo en la pantalla de un inquieto caleidoscopio. Reflexionó que aquella alegre luminosidad era lo menos apropiado para un día de difuntos, y más con un vecino todavía de cuerpo presente. Hablaría con el resto del vecindario para ver si estaban de acuerdo en colocar un crespón negro que cubriera aquel inadecuado optimismo.Y aunque Josefa no perdía detalle del reflejo de los cuatro caballos pintados sobre el vidrio tintineando sobre las paredes, y torcía el gesto porque no terminaba de creerse que aquella muerte hubiese sido un designio divino, era una persona demasiado curiosa como para no estar en todo y que se le pasara por alto el peculiar sonido del ascensor. Alguien lo acababa de llamar.

     Por el rabillo de sus inteligentes ojos se fijó en que se paraba en el tercer piso. Por la hora que era le parecía demasiado temprano para que fueran los del tercero izquierda, así que su mente apostó por Violeta, la vecina del tercero derecha.

     Permaneció a la expectativa recolocándose la toquilla de ganchillo hasta que unas manos empujaron la pesada puerta de hierro del ascensor y se sintió satisfecha al comprobar que su intuición seguía funcionando con precisión y había dado en el clavo. Sin darse cuenta puso cara de aprobación y enfocó la vista en la mujer vestida con pantalones vaqueros y botas de tacón, envuelta en un poncho de tonalidades azules y naranjas, que se aproximaba con su hija Sofía cogida de la mano.

     —Buenos días, Josefa —la saludó Violeta de buen humor. Estaba tan acostumbrada a disimular su nerviosismo que nadie se podría ni imaginar la existencia del nudo que le comprimía la boca del estómago, solo por el hecho de estar en la portería con la posibilidad que eso acarreaba de cruzarse con su ex suegra— ¿Qué hace aquí y así vestida? Mejor dicho, desvestida, va usted en camisón —le comentó divertida mientras la niña observaba la reacción de la portera con ojillos curiosos—. ¿Se ha olvidado de que hoy es fiesta o la han sacado de su casa los golpes y gritos desesperados que se han escuchado hace un rato? ¡Menudo jaleo!

     —No, señora Violeta, ni lo uno ni lo otro —Con un solo gesto la portera era capaz de transmitir angustia y misterio. Para crear expectación dejó pasar un par de segundos y bajando el tono de voz cuchicheó—: A primera hora de la mañana la señora Jacinta ha encontrao muerto a su marido, me ha avisao y hemos llamao al 112. Se nos ha presentao la policía y «en después» han venido el juez y el médico… Como no se sabe lo que ha pasao, se lo van a llevar pa que le hagan la «autosia». Ya ve, uno se acuesta tan tranquilo por la noche y no sale «pa ná», porque el señor Enrique anoche no salió, eso lo sé muy bien, y ya no se levanta.

     —¡¿Qué?! ¡¿Qué Enrique Giner está muerto?! ¿Mi vecino de abajo? ¡No es posible! ¡No me lo puedo creer! —Violeta se estremeció y apretó a la niña contra sus piernas, pero la pequeña ni se inmutó y siguió la conversación con interés— ¡Si lo vi ayer por la tarde y estaba como una rosa!

     —Como se lo cuento, pero los chillidos no eran de la viuda, no, eran de la señora Ana que se ha puesto «hestérica» cuando se ha enterao y se ha subido como una loca a buscar al doctor Vázquez… A ese buen hombre lo lleva por el camino del calvario —Josefa frunció el ceño y arrugó la boca.

     —¡Dios mío, qué barbaridad! Es que no me lo puedo creer…— Violeta se llevó la mano a la frente al notar que se le emborronaba la mente y el cuerpo se le aflojaba.

     —Ni yo tampoco —replicó la portera—. Llevo toda la mañana aquí, pensando, y «me creo» que para ese hombre ha sido una pena morirse. ¡Con lo bien que vivía! —añadió al tiempo que se santiguaba— ¿No le parece a usted raro que en pocos meses llevemos dos muertos en una finca donde solo hay siete puertas? Ya sé que la señora Vázquez era mayor y que murió de una neumonía, pero no paro de darle vueltas a que, «en precisamente», también en pocos meses, han venido dos vecinos nuevos… Y el señor Víctor, el hombre del primero izquierda, es muy misterioso —y prosiguió en un murmullo—. Y el señor Carlos, el marido de la señora Ana, también es muy raro. Igual es el mal de ojo…

     Violeta no la dejó continuar:

     —Josefa, por favor, no diga esas cosas y menos delante de Sofía, que luego no para de hacer preguntas y no hay forma de que se meta en la cama —Violeta resopló.

     —Pues mejor márchese ya, porque bajarán al muerto de un momento a otro y además, acaba de salir doña Mari Sales con los perros y no tardará en volver, mejor si no se la encuentra —y sentenció—: Pero yo le digo que aquí ha pasado algo muy «sintagmático». La señora Jacinta está demasiao entera… —Josefa entrecerró sus avispados ojos y los posó en los de la atónita Violeta.

     Se sintió tan agobiada de pensar que podía toparse con la demente de su ex suegra que, murmurando unas palabras de agradecimiento por la información, agarró con violencia a la niña y se alejó con paso presuroso agachando la mirada. Ya pasaría a ver a su vecina más tarde, se dijo.

     Estaba tan deseosa de salir que, sin mirar, abrió la puerta y se abalanzó a pisar la calle, tropezando con el hombre moreno que, enfundado en una cazadora de cuero, entraba en ese preciso instante. Violeta se vio obligada a desprenderse de la niña y, para evitar el choque, él la sorprendió sujetándola por los hombros. Sus rostros llegaron a rozarse y durante un segundo de vacilación se miraron y se sonrieron. Violeta se sonrojó y con un: «Perdona», continuó su camino, pero durante un buen rato su mente y sus fosas nasales siguieron percibiendo el aroma a after shave que usaba su atractivo vecino del primero izquierda.

Comentarios
  • Sergio Jurado Rodrigo
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    Jajajjaja pero que buenooo…una comunidad de vecinos dándolo todo….va a ser una novela que nos va a hacer reir bastante, lo presiento. Me ha gustado mucho la manera de hacer de la vida misma, el escenario de esta trama

    • Eugenia Dalmau
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      Uy, Sergio, es que las comunidades de vecinos también dan para mucho… Y te adelanto que quietos no van a estar, así que sonrisas y lágrimas. Si te ha parecido que el arranque promete es que vamos bien!!! Gracias

  • Aga López
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    Me encanta este principio!!!, una portera «costumbrista», una mamá con signos de querer «guerra» y una duda en el ambiente. Que más se puede pedir.
    A por ella! Que vas a triunfar

    • Eugenia Dalmau
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      Cuánto me alegra que te guste, Aga!! Ahí vamos… Porque, como dice Josefa, viven unos vecinos muy “sintagmaticos” Jeje Un abrazo

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