PILLADO EN CLASE

Tengo dos males que me afectan cíclicamente: uno es la infección de orina y el otro los enganchones de espalda. Pues bien, el enganchón ya está aquí para dar la bienvenida al nuevo año y cada dos por tres tengo que dejar de escribir para tumbarme en el suelo y hacer la mecedora —Sujetarse las rodillas con las piernas flexionadas y coger impulso hasta sentarse sin apoyar los pies en el suelo; dejarse caer hasta los hombros, y así sucesivamente hasta que uno se harta—. Trato de ser positiva y pensar que viene bien hacer un poco de ejercicio a cualquier hora del día…, pero por Dios que se pase pronto . Levantarme del sofá es una odisea.

En uno de esos arriba y abajo veo en la tele que están comentando el caso de la menor que fue atropellada en un pueblo de la provincia de Madrid, y donde el conductor se dio a la fuga. Tal vez, si le hubiese prestado auxilio, estaría viva, pero el fulano prefirió tomar las de Villadiego, mejor dicho, las de Argentina porque en lugar de ayudar a la chica se fue rápidamente a sacarse un billete con rumbo a Buenos Aires.

Por lo visto la policía pudo localizarlo gracias a un vecino que escuchó una conversación telefónica donde el cruel automovilista confesaba su delito. Los agentes interceptaron su huida ya sentado en el avión.

Como, por desgracia, en el mundo hay muchos desalmados y chorizos no voy a entrar a debatir en el comportamiento de este individuo; mi mente ha ido más allá y se ha puesto a darle vueltas a cómo se quedaría el resto del pasaje al ver que se demoraba el despegue para comprobar, poco después, que la policía se llevaba detenido a uno de los viajeros.

Entonces me he dado cuenta de que yo no tendría que hacer muchos esfuerzos para saberlo; viví un hecho muy similar.

No recuerdo el año con exactitud, porque de eso ya hace mucho y en Internet no aparecen las noticias de principios de los noventa, pero sería sobre 1993. Yo estudiaba Económicas y sé que elegí el turno de tarde para poder ir a la facultad propiamente dicha. Éramos tantos que tuvieron que habilitar lo que se llamaba «barracones», que estaban en la parte de enfrente, para que cupiésemos. Pero la avalancha de estudiantes se producía por las mañanas; así que pasé de hacinamientos y barracones y elegí las tardes.

Yo casi siempre llegaba en el «last minute» y me tenía que sentar en las últimas filas, donde solía coincidir con un compañero al que calificaba de extraño. Tenía el pelo castaño claro y rizado y la cara llena de granos; pero esa no era la razón por la que me parecía extraño. Lo llamativo era que no hablaba con nadie pero siempre estaba murmurando. Me acuerdo de un día en que se le cayó una regla al suelo y entre el runrún que farfullaba, con muy mala leche, pude distinguir: «hostia», «puta» y alguna otra palabra en línea con las anteriores. Me quedé entre sorprendida y acobardada, pero no le di más vueltas.

No le di más vueltas hasta la tarde en que se abrió la puerta y cuatro policías, pidiendo disculpas de manera autoritaria por la intromisión, preguntaron por mi vecino de mi pupitre. En realidad yo no sabía cómo se llamaba, pero al ver que recogía sus cosas supuse que era él. Los policías se acercaron y sin mediar palabra esperaron a que acabase de meter los trastos en la bolsa y salieron. El silencio sepulcral que había reinado durante varios minutos dio paso a un clamoroso cuchicheo. A pesar de los esfuerzos del profesor por mantener el orden, ni el mismo era capaz de concentrarse. Todos queríamos saber qué había pasado.

No hizo falta esperar mucho, al día siguiente sabíamos del suceso: universitario mata a su madre a cuchilladas y se va a clase. ¡Increíble!

No salíamos de nuestro asombro y empezamos a llamarlo en plan mofa: «El asesino», a ninguno se nos ocurrió pensar en los motivos que podían haber llevado a aquel chico a cometer semejante atrocidad.

Pero resultó que otra de las compañeras conocía a la familia porque veraneaban en la misma urbanización. El padre, completamente destrozado, le contó que su hijo escuchaba voces y que en una de aquellas la voz le dijo que tenía que matar a su madre porque estaba poseída por el diablo.

Sus padres sabían de la enfermedad que padecía y habían hecho lo posible por ayudarlo; estaba en tratamiento, pero obviamente no había dado resultado. ¿No vio el psiquiatra el peligro que representaba su esquizofrenia? ¿Cómo consintió que una persona tan enferma llevara una vida normal? Empecé a ver el lado humano de aquella historia y sentí mucha pena. Dejamos de llamarlo asesino.

Es muy posible que ese fuera el principio de mi cambio de actitud en cuanto a no prejuzgar a los demás. A veces vemos actitudes que nos pueden parecer incorrectas, pero nadie sabe lo que hay detrás. Quizás sea el momento de practicar más menudo lo que se llama empatía e intentar ponernos en el lugar del otro. Yo lo hago y, muchas veces, una conducta o un gesto que me resulta interesante es lo que me lleva a escribir una novela. ¿Por qué Menganita le pone los cuernos a su marido? Empiezo a imaginarme un porqué y sin darme cuenta estoy creando un personaje.

En cualquier caso, reflexiono acerca de lo que me ha dicho una amiga al saber del asunto: «¿No te das cuenta de la suerte que tuviste? ¡Podría haber escuchado las voces cuando tú estabas sentada a su lado!»

Esa posibilidad nunca la había contemplado, así que le doy la razón y pienso lo afortunada que fui.

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Comentarios
  • Belen
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    Una entrada muy inyeresante y que da que pensar !

    • Eugenia Dalmau
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      Sí, Belén, deberíamos ponernos más veces en el lugar de los demás. Lo que ocurre es que no es fácil aprender a hacerlo y, a veces, aunque lo hagamos, hay casos en los que, por lo menos a mí, resulta imposible entender a algunas personas. Ya contaré algunas situaciones en que por no entender no sé si ponerme a reír o llorar.
      Gracias por tu comentario!!

  • Lecturitatis
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    Madre mía! Si realmente no sabemos en donde puede aparecer el peligro. De echo y con respecto al post anterior que tienes, el intento de secuestro de esta chica fue en frente mi casa y llevábamos unos meses con la luz de la calle estropeada. Con mi comadre bromeaba porque íbamos para casa con la luz del móvil.

    • Eugenia Dalmau
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      Menos mal que no te pilló a ti!!(otra chica afortunada). Acabo de ver la entrevista que les ha hecho Cárdenas a los chicos que ayudaron a la víctima y que se quedaron con el número de la matrícula. Y menos mal que ese tío está entre rejas!. Pero ¿sabes? creo, como bien has dicho, que el peligro está donde menos te lo esperas, y la gente sin escrúpulos también se atreve a actuar a plena luz del día (mira el señor de 73 años que ha intentado violar a una niña de 8). Pero, por si acaso, ¡pon una queja al ayuntamiento y que os pongan La Luz!!!
      Muchas gracias por tu comentario

  • Inma
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    Muy bueno, y real como la vida misma.

    • Eugenia Dalmau
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      Sí, Inma, eso me pasó a mí. Pero como suceden tantas cosas y tan llamativas, si alguien quiere contar alguna anécdota que le haya llamado la atención o que simplemente le parezca digna de ser contada, que me lo diga y la comentamos. Temas hay a montón.
      Gracias Inma por compartir tu opinión!!

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