PECADOS Y VIRTUDES

Así que ya tenía la idea: un señor gordo, una mujer con aspecto de creerse superior, un tipo agresivo, unos chicos que parecían vagos profesionales, un ligón de playa, unas «amigas» que se matarían entre ellas por conseguir el «number one» en el ranking de la monería y un individuo capaz de jugársela por robarle unas monedas al camarero.

Los fui analizando con calma y me di cuenta de que acababa de ver los siete pecados capitales en veinte minutos. Así que tuve claro que, en la trama, la personalidad de cada uno de los personajes iba a representar un pecado y ellos iban a ser los sospechosos. Como lo que me había llamado la atención fueron sus actitudes y no ellos en sí, era obvio que tenía que inventármelos para que la historia encajase y todos tuviesen un punto en común con el muerto —Enseguida decidí que muerta, iba a ser una mujer: Carolina.

Carolina - Pecados y virtudes

Y como ya tenía, por decirlo de alguna manera, la parte negativa, había llegado el momento de pensar en los «buenos». Como unos eran pecados, los otros tenían que ser santos, aunque muy edulcorados, nadie es perfecto ni la vida tampoco. Tenían que representar: la justicia, la solidaridad, la amistad… No os voy a contar cómo surgieron los policías porque la realidad es que metí en mi coctelera mental a varios personajes tanto públicos como de mi entorno y así nacieron: Jaime y Manolo, quien en realidad iba a ser Manuel, pero como era «el novato» de la comisaría y Jaime lo empezó a llamar Manolito, pues así se quedó.

Lo que sí tenía claro era que uno tenía que ser la voz de la experiencia, la inteligencia y algo más que audacia y el otro, no menos espabilado, pero con ese toque de ingenuidad que da la juventud, y sus ojos iban a ser los que vieran el mundo con sus pecados…y virtudes.

Testigos y demás

También necesitaba pistas y testigos y lo que sí os puedo decir es que estos los he sacado de la vida misma. La ficción está llena de realidades y yo encontré a alguien que me fascinó. Tenía la cuenta corriente en un banco, del cual prefiero no decir el nombre, y quería cancelarla a toda costa porque me estaban machacando con las comisiones. Aparentemente era una tarea sencilla: firmar los papeles de la cancelación y llevarme el dinero —A mí me quedaban 38,43 euros—. Pero resultó que el banco no me lo iba a poner tan fácil. La primera que vez que lo intenté, tras coger número en una pantalla que te pedía nombre y DNI, y donde marcar los números era una odisea, y esperar unos veinte minutos, el chico que me atendió me explicó que tenía una tarjeta de crédito asociada a esa cuenta y que antes tenía que darla de baja llamando a un número que, por supuesto, empezaba por 902. Lo hice y volví al día siguiente; entonces, ya no lo cuento más veces pero siempre hay que pasar por el ordenador y la cola, un gestor me dijo que tenía un plan de pensiones con 243 euros y que primero tenía que trasladarlo a otra entidad, y que aquello tardaba unos días. Me volví a mi casa y esperé hasta que me informaron de que el cambio estaba hecho. Volví y esa vez fue una señorita, con unas larguísimas uñas pintadas de rojo, que mascaba chicle sin parar la que me avisó de que todavía no podía cancelar la cuenta porque el banco había tenido la deferencia de regalarme dos acciones y hasta que no las vendiera no podía proceder con la liquidación. Me quedé atónita porque, a todo esto, las comisiones se iban incrementando. No hablo de la mala leche que me entró. Tuve la impresión de que el banco era un gigantesco pulpo que me aprisionaba con sus tentáculos y me era imposible escapar.

Regresé por cuarta vez, había pasado un mes desde mi primer intento, y un simpático joven me soltó así, a la ligera, que ¡¡sííí!!, que podía pasar por caja; pero que antes tenía que volver a coger número. Con una paciencia infinita, pero feliz de pensar que el pulpo me iba a soltar y podría escapar de aquella especie de secta, me senté en uno de los sofás que inundaban la sucursal —Ya que la gente tenía que esperar un buen rato, no la obligaban a estar de pie. Un detalle—. A los pocos minutos llegó una señora vestida de negro y se sentó a mi lado: «¿Usted qué número tiene?». No me dio tiempo a responder porque ella siguió hablando y me contó que había llegado en taxi y lo tenía dando vueltas porque por ahí no se podía aparcar en ningún sitio. Creo que llegué a decirle que la broma le iba a salir por un pico, pero ni siquiera estoy segura porque se puso a explicarme que su hijo la hubiese llevado si no llega a ser por la enfermedad que padecía, que por supuesto me describió, y que prefería tener un taxista a su disposición porque así no molestaba a nadie y a los cinco minutos lo tenía en la puerta. Yo le dije: «Hace usted muy bien». Y la señora empezó a contarme el motivo de su impaciencia por sacar el dinero.

Lo cierto es que era una tragedia y no lo voy a escribir. Acabó enseñándome algunas fotos y ahí las estuve mirando hasta que me llegó el turno y la tuve que dejar.

Aquella increíble mujer se llamaba Pilar.

La cuestión es que llegué a la caja y el contable me abonó 33,78 euros. «Perdone, debe haber un error. El importe es de 38,43» «Sí, pero hay que descontar los 4,65 euros de comisión por cancelación», me respondió el cajero con una sonrisa. Creo que a lo que sentí en ese momento también se le llama ira.

Me obligó a firmar un papel como que había retirado esa cantidad. Lo hice porque no me quedaba otra, pero le pedí un boli y rodeando el importe y añadiendo una flecha, escribí: NO ESTOY DE ACUERDO-

Con eso me quedé, porque no iba a llamar a un abogado para interponer una demanda, pero, como nunca se sabe, todavía conservo aquel justificante.

¿Te ha gustado? ¡Compártelo!

Comentarios
  • Mariam Felipe
    Responder

    Salir de una entidad bancaria es peor que salir de los Testigos de Jehová. Totalmente de acuerdo contigo. Muy fan de tu “no conforme”. Definitivamente te salieron carísimos los 38,43€. Pero tu satisfacción al salir de allí y dejar de regalar dinero en comisiones creo que merece un brindis. A la espera de nueva entrada en el blog.
    M.

    • Eugenia Dalmau
      Responder

      Así es Mariam, entrar es muy fácil pero salir no tanto. Por no extenderme mucho no he contado todo lo que les dije, pero te aseguro que callada no me quedé.
      A modo anecdótico te diré que creo recordar que eran 8 euros al mes por mantenimiento de cuenta…Sin comentarios.

  • Nuria Codesido Ciscar
    Responder

    ¡Hola!
    Genial Eugenia, me encanta lo que te he leído, me alegra esta, para mi desconocida, faceta tuya.
    Estoy deseando recibir tu libro.
    Un fuerte abrazo.

    • Eugenia Dalmau
      Responder

      Hola,Nuria! En realidad siempre he escrito cuentos y micro relatos porque me apetecía, e incluso tengo otra novela que dejé a medias y es posible que algún día la retome, le de la vuelta y la acabe. Pero de momento, la que tengo pensada, es una completamente distinta (también de intriga).
      Me alegra muchísimo que te guste mi forma de escribir y espero que me comentes sobre el libro cuando te lo leas.
      Otro abrazo para ti!!

  • Inma
    Responder

    Muy bueno y real como la vida misma. El pecado de la avaricia da para mucho…

    • Eugenia Dalmau
      Responder

      Pues no te digo nada de la envidia ni de la lujuria ni de de la de vagos e ineptos que andan sueltos por ahí. Ah! que me dejaba la gula y la soberbia. Uff..
      Gracias, Inma, por tu comentario

Deja un comentario