EL ENIGMA DEL COLLAR DE PERLAS

Ayer me pasó algo muy curioso y he decidido posponer el caso que me tiene tan intrigada desde hace un año y contaros la enigmática desaparición del collar de perlas.

Serían más de las ocho y cuarto cuando me llamó una amiga que vive muy cerca y me preguntó si me importaría acercarme a Mercadona, que estaba a punto de pagar y que necesitaba comentarme un asunto que no podía ser por teléfono; parecía algo muy misterioso. Por supuesto le dije que sí y tras abrigarme, porque anoche hacía frío, allá que me fui.

Me estaba esperando, con una mano se cerraba las solapas del abrigo y con la otra se aferraba al carrito de la compra, pero lo más llamativo eran las oscuras ojeras que contrastaban con la palidez de su cara.

No me dio opción ni a decir hola, me estiró de la manga para que me acercase y empezó a hablar: «Llevo dos semanas sin pegar ojo. O alguien me explica lo que ha pasado o a mí me da algo, veo fantasmas por todas partes».

La cuestión era que había escondido, dentro de un estuche, el collar de perlas y esmeraldas que había heredado de su abuela entre las toallas y ropa de cama en un armario de la habitación principal. El sábado lo vio y todo estaba en orden; el domingo no se fijó. El lunes por la mañana salió a correr y a las nueve y media ya estaba de vuelta —No sale a correr todos los lunes, solo los días que puede—. Fue a coger una sábana y enseguida se dio cuenta de que la cremallera del estuche estaba abierta; sin perder un segundo lo cogió. La realidad la dejó estupefacta: el collar había desaparecido y en el resto de la casa no faltaba nada, ni las monedas que deja para comprar el pan sobre la encimara de la cocina ni el reloj que su marido olvidó sobre un mueble del salón. Todo daba sensación de normalidad y la cerradura no estaba forzada.

Lo primero que le dije, pensando en la previsible novela de misterio donde el asesino siempre es el mayordomo, fue que si le había preguntado a la chica de servicio. Respuesta: «No tengo chica».

Antecedentes

El edificio donde vive mi amiga parece un búnker por lo difícil que resulta el acceso. O llevas llaves del patio o tienen que bajar a abrirte porque el telefonillo solo funciona para saber quien llama, no da la posibilidad de empujar la puerta cuando suena un pitido porque, no es que no suene el pitido, es que ni siquiera existe un botón que apretar.

Mi amiga y su familia llevan viviendo en esa casa unos siete meses y esperaron casi un año para trasladarse porque la reforma se alargó más de lo previsto. Ya sabéis lo que son las reformas: albañiles, electricistas, fontaneros… Y para el que no sepa lo que son, eso que se gana. ¿Qué por qué hago hincapié en esta cuestión? Porque no cambiaron la cerradura.

Aunque aquí no acaba todo; por cuestiones de comodidad y emergencia habían decidido dejarle una llave a la portera. ¿Dónde la guardaba? Ni idea.
Repasamos los hechos y lo evidente era que el robo se produjo el domingo o el lunes entre las ocho y media y las nueve y media de la mañana. Como cada domingo hacen cosas diferentes, por lo que no hay una rutina fija que pueda dar pistas al ladrón, y al no faltar nada más, para mí queda claro que actuó con precipitación. Encontró algo de mucho valor y se esfumó cual bocanada de vapor.

También me inclino a pensar que el allanamiento se cometió el lunes, por alguien que sabía que en esos momentos no había nadie en el piso. A menos que…fuese alguien de dentro.

El enigma del collar de perlas por Eugenia Dalmau

Sospechosos

Los hijos de Amparo, mi amiga, encabezaron mi lista de sospechosos. Pero enseguida descarté al hijo, tiene once años y no me da la sensación de que una niño de esa edad sienta o necesite hacerse con una joya; y venderla le resultaría imposible. Pasé a la hija de dieciséis años. Aquí mis sospechas cobraron fuerza y así se lo dije, pero ella me contestó que ya lo había tenido en cuenta y que, aunque su hija es muy tranquila y apenas sale, se había dedicado a inspeccionar el móvil y la habitación de la chica…,y ni rastro. Lo había hecho tantas veces que hacía dos días que su hija le había preguntado: «Mamá, ¿por qué estás registrando mis cosas?» Con eso, lo único que Amparo consiguió fue sentirse peor por desconfiar de su hija. Además, si la niña se lo quiere poner o necesita dinero: ¿no es más fácil pedírselo a su madre? Y no, no es drogadicta. Pero tampoco vamos a pensar que es una santa y cuando uno se ve envuelto en un lío, no se sabe de lo que puede llegar a ser capaz…

Siguiente: la portera. Está casada y tiene un hijo que va de vez en cuando por allí. ¿Y si fue él? ¿Y el marido?…O ella misma. No hay que olvidar que no sabemos dónde guardaba las llaves. Por si acaso, Amparo, con el mayor disimulo que pudo, ya se había dedicado a interrogarlos, enterándose de que el fin de semana se habían ido a un pueblo de Albacete, y el hijo no los había acompañado. Aunque, si nos centramos en el lunes, que yo estoy convencida de que ahí está la clave, cualquiera de los tres pudo hacerlo. ¿Y si el matrimonio estaba atravesando un apuro económico y necesitaba dinero con urgencia? Uno podría haber hecho de vigilante y el otro entrar a ver qué encontraba. ¡Ah, un detalle! Amparo vive en el quinto piso y los conserjes en el séptimo.

Por último nos quedan toda la retahíla de pintores, carpinteros y albañiles que pasaron por la casa y que, por tanto, en algún momento tuvieron la llave en su poder. Más de uno podrá pensar que ha pasado demasiado tiempo como para que se les ocurra volver a una finca donde podrían llamar la atención. Pero tal vez por eso mismo hayan decidido esperar y así quedar fuera de toda sospecha. Y lo que tampoco he dicho es que en el tercer piso están de reformas…

¿Son inocentes? Por lo menos hay uno que no.

También está la posibilidad del ladrón de guante blanco que pasaba por ahí, pero yo ni la he contemplado; esos tipos saben lo que se hacen y conocen muy bien tus movimientos. Es imposible que supieran de los planes de Amparo porque ni ella misma los sabía.

Amparo está tan obsesionada por la inseguridad que siente que renuncia al collar, pero quiere saber quién ha entrado su casa. Iba a decir también cómo, pero parece evidente que fue con la llave.

A mí me da en la nariz que sucedió el lunes y que han sido los porteros, pero cualquier otra suposición puede ser la correcta. ¿Qué pensáis vosotros? Se admiten todo tipo de apuestas.

Hoy termino con un consejo de la policía para estos casos: jamás escondáis dinero o cosas de valor en la habitación de matrimonio, y menos entre la ropa de cama y los bolsillos de las chaquetas; es el primer lugar al que acuden los amigos de lo ajeno que han decidido hacerle una visita a tu domicilio y, este es de mi cosecha, cuando os mudéis de casa: CAMBIAD LA CERRADURA.

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