DE LA LUJURIA Y EL CHAMPAGNE

Estaba releyendo la reseña sobre El pecado que mató a Carolina Martín que apareció la semana pasada en Libros y Literatura, que por cierto casi me hace llorar de lo buena que es diciendo entre otras cosas que el final le ha parecido genial, y me he dado cuenta de que la lectora que la ha redactado ha sabido captar la esencia del libro, o sea, los pecados capitales. Y es que empieza hablando de que el pecado está a nuestro alrededor, y que tire la primera piedra aquel que en algún momento no haya sentido envidia, soberbia, avaricia… ¿Quién no ha comido sin tener hambre? ¿Quién no ha dejado para mañana lo que podía hacer hoy? ¿Quién no mataría al dueño de ese coche que está en segunda fila y te impide la salida precisamente en ese momento que llevas tanta prisa?…y así hasta siete, como los sospechosos de matar a Carolina.

Como yo estoy totalmente de acuerdo con esa apreciación, se me ha ocurrido que durante las próximas semanas, a menos que me pase algo que me llame poderosamente la atención y me vea obligada a contároslo, voy a intentar relacionar alguna noticia o anécdota con cada uno de los pecados capitales.

Y en el post de hoy he decidido empezar por la lujuria. Se trata una de una noticia que ocurrió hace más o menos un año, pero que no me pude quitar de la cabeza durante bastante tiempo, más que nada porque pensé que me había quedado corta en la historia del personaje que representa la lujuria.

Pensaréis que voy a hablar de algún adicto al sexo, pero va a ser que no; o tal vez sí. Aunque en lugar de llamarlo lujuria debería llamarlo locura colectiva ¿o amor infinito?. El caso es el de una profesora de un colegio de Houston, Alexandria, de veinticuatro años que fue condenada a diez años de prisión por agresión sexual agravada a su alumno de trece. Pensaréis que los padres del chaval, en cuanto tuvieron conocimiento de los hechos, se personaron raudos en la primera comisaría que encontraron para denunciarla. Negativo. No sé exactamente cómo las autoridades se enteraron del incidente, pero la cuestión es que la profesora estaba embarazada de su pupilo. Pero el asunto no acaba aquí: los padres del niño estaban de acuerdo con dicha relación; es más, para que ella no fuese a la cárcel, afirmaron que el padre del bebé era el futuro abuelo. Pero, es más, estaban tan de acuerdo que llegaron a pasar unas vacaciones los cuatro juntos y estaban al tanto de que la profesora cedía su piso a otros alumnos para que mantuviesen relaciones sexuales. Como colofón, durante el juicio, varios de sus estudiantes y la madre del abusado se presentaron a prestar su apoyo moral a Alexandria. Vale, puedo entender a los alumnos, a fin de cuentas les proporcionaba picadero, pero ¿la madre?

Por eso me voy a centrar en los padres. De Alexandria solo voy a decir que no está bien de la cabeza porque, de verdad, que no se me ocurre otra cosa. Si a alguien se le ocurre le agradeceré que lo diga. Por cierto, que para negar cualquier tipo de relación con el menor terminó por abortar, aunque de poco le sirvió porque la pillaron.

No soy partidaria de criticar a nadie, y menos sin conocer todas las circunstancias que rodean el tema, ya sabéis que intento practicar la empatía, pero es que de verdad que en esta ocasión no se me ocurren argumentos en favor de esos padres. Intentad imaginar la situación en que vuestro hijo de trece años os aparece con su profesora, que como mucho pensaríais que os viene a contar que el niño ha hecho alguna trastada en el colegio, y os sale con que son novios y está embarazada. Yo no tengo más que añadir, pero repito que, si alguien me puede ayudar a entenderlos, será bienvenido.

Por otra parte, mientras me documentaba sobre el caso de la profesora de Texas, me he topado con otra noticia que me ha hecho gracia, todo lo contrario que habrá sentido el perjudicado, que me perdone, y es una buena muestra de que varios de los pecados se pueden dar a la vez. Los hechos han tenido lugar en un local de lujo de Ibiza: un individuo, que pretendía dar la campanada, pidió una botella tamaño magnum de champagne valorada en 34.000 euros. Se preparó, botella en mano y con la mejor de sus sonrisas, a posar para todas las cámaras y flashes que lo apuntaban y se dispuso a abrir la botella, con tan mala fortuna que se le desparramó todo el contenido; y cuando digo todo, es todo. Lo podéis ver en Youtube, el video se ha hecho viral.

Así que pasamos de la soberbia del anfitrión a la ira que le entraría; de la gula y avaricia de los invitados, porque seguro que no pensaban compartir ni un sorbo, a la decepción; de la envidia de los observadores, al «te fastidias», y no me olvido de la pereza que les entraría a los encargados de la limpieza a la hora de recoger semejante desastre.

Ya sé que falta la lujuria, pero estoy segura de que si «el pagador» tenía alguna idea lasciva para esa noche, la libido se le bajaría a los pies; aunque es posible que esto solo sea fruto de mi pobre bolsillo y a un tío, capaz de gastarse semejante barbaridad en una botella de champagne, no le importe pedir otra y quedarse tan ancho.

En fin, que todos somos pecadores, solo que algunos pueden llegar a cometer un crimen. Por si acaso, me voy a confesar…

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