¡Ay, qué insondable es la mente humana! Desde que escribí el post sobre Rosario, la mujer del «Chicle», me estoy preguntando cómo es posible que una mente, cuando se supone que todos los cerebros están hechos de la misma materia y el tamaño es similar, sea capaz de absorber a otra hasta el punto de hacerla sentir más insignificante que un piojo. ¿Y si resulta cierto que existe ese algo más intangible, que algunos llaman alma, escondido dentro de una caprichosa neurona?
Desde luego algo tiene que ser porque, si no, no se explica que existan tantos tipos de comportamiento y gente, que se deja atrapar por la voluntad de los mentalmente poderosos. Léase sectas o léase fieles seguidores de Hitler.
Pero en este post me voy a centrar en las mujeres maltratadas que consideran que su maltrato es merecido, y por eso me decido a escribir la historia de Alicia. No solo cuento con su permiso, es que quiere que su caso salga a la luz para ayudar a otras víctimas. Lo único que hago es cambiar su nombre para evitarle cualquier tipo de problema.
Antes de empezar quiero reconocer que yo también sufrí un acoso sin tregua por parte de un maltratador que se dedicó a hacerme la vida imposible. La diferencia radica en que yo me lo quería quitar de encima a toda costa, pero él me perseguía sin descanso y aparecía en los lugares más insospechados. Me costó años que desapareciese, pero en aquella época, hace unos veinticinco años, y por desgracia, no existían las medidas de protección que existen ahora; porque os aseguro que lo hubiese denunciado.
Por eso me costaba creer que Rosario fuera una pobre chica desvalida, tan aferrada a su marido, incapaz de poner en conocimiento de la policía que sospechaba de su marido, y que para más inri sufría continuas vejaciones y malos tratos. Algo me chirriaba.
Pero conocer a Alicia y su caso en profundidad me ha hecho empatizar con ella y con el resto de martirizadas. Tal vez existan momentos en que por soledad, inquietud o vete tú a saber por qué, nuestro espíritu deja un resquicio por el que se cuelan los chupadores de mentes. Y si no se ataja rápido, salir del túnel es cada vez más complicado.
LA HISTORIA DE ALICIA
Alicia es peluquera y hace 6 años, cuando tenía 23, acababa de dejar una relación de nueve años que la tenía sumida en un sentimiento de desamparo y abandono. Aquel novio era todo lo que había conocido hasta ese momento y su autoestima no pasaba por el mejor momento. Hago esta introducción porque la considero necesaria para ser conscientes de que la mente de Alicia era muy vulnerable por aquel entonces; y parece ser que una característica del maltratador es que sabe reconocer esta debilidad ipso facto.
Entonces tuvo la desgracia de que un buen día entrase por la puerta de la peluquería un chico del que quedó prendada: buena planta, simpático y encantador, militar en la unidad de emergencias (UME).
En la primera cita ya se encargó él de agasajarla y hacerla sentir la reina de Saba con sonrisas y comentarios del tipo: «Me voy a comprar un piso, a ti ¿cómo te gustaría que fuera?». Y no nos vamos a engañar, si un tío te hace tilín, te hace ilusión que te haga ese tipo de preguntas.
En menos de seis meses él, vamos a llamarlo Juan, que se quejaba de tener que vivir en el cuartel, ya estaba instalado en el domicilio de ella.
Al principio fue bien, aunque ya se iba ocupando Juan de aislarla de sus amistades y familia. Además se hipotecó y comenzó con la reforma; reforma que, como buena imbécil, Alicia contribuyó a pagar sin que constase en ningún sitio. 7.000 euros perdidos.
En una de las visitas a la casa tuvieron una desavenencia por una estupidez y él se enfadó. Alicia, para que se le pasara, se acercó a darle un beso de reconciliación. Juan la recibió con un efusivo puñetazo que le reventó la nariz. Ella calló porque a cualquiera se le puede ir la mano en un momento dado y además, ¿cómo iba a ser ella capaz de vivir sin él? Y, si lo pensaba bien, la culpa era de ella por acercarse en aquel instante tan poco apropiado.
Por supuesto, los malos tratos y golpes se fueron repitiendo, y Alicia los iba aguantando en silencio hasta el punto de llevar manga larga en pleno mes de agosto para que nadie viese los moratones y cardenales que invadían su cuerpo.
El colmo llegó cuando los padres de Alicia se divorciaron y su padre se fue a vivir con ellos, ya que la pareja continuaba viviendo en el piso de ella, que en realidad era de su padre. Harto de ver las continuas humillaciones que sufría su hija, el padre puso de patitas en la calle al gallardo militar. Alicia hizo las maletas porque lo último que se le pasaba por la cabeza era abandonar a aquel maravillosos hombre que había tenido la deferencia de fijarse en un ser tan inmundo como ella. Se mudaron a la casa del padre de él.
Sí, había conseguido chuparle tanto los sesos que así era cómo se sentía Alicia. Le había repetido tantas veces lo poco que valía y lo que la suerte le había sonreído al encontrarlo a él que, sumado a la ruptura de su novio anterior, al divorcio de sus padres y al aislamiento de sus amistades, la había llevado a una fragilidad mental de tal calibre que le hacía sentir que una mierda era más útil que ella.
En el nuevo domicilio, y aunque afirma que el suegro era un buen hombre que la adoraba, las cosas fueron a más. Con la última paliza casi la mata. Cuenta que una vez en el suelo, tras pegarle y empujarla, le agarró por el cuello y comenzó a apretar tan fuerte que sintió cómo se desprendía de su cuerpo. Se iba.
Alicia fue afortunada porque en el último momento dejó de apretar y la dejó con vida. Llamó a una amiga y la acompañó al hospital. No pensaba denunciar, pero los médicos lo hicieron por ella. Le concedieron una orden de alejamiento y Alicia empezó la rehabilitación del síndrome de Estocolmo que padecía.
Lo primero que tuvo que hacer la psicóloga fue quitarle de la cabeza la idea de que su madre era peor que Satanás. Juan había conseguido que Alicia odiase a su madre hasta el infinito y más allá y se alejara de la mujer que lo había dado todo por ella. Le costó muchas sesiones darse cuenta de la realidad, incluido el carácter de Juan.
Durante el proceso recibió un WhatsApp de una desconocida, pero como había foto pudo reconocer a la ex novia de Juan. Quedaron a hablar. La ex quería saber cómo estaba la situación porque, por increíble que parezca, estaba loca por volver con él. Pero no solo eso, le informó de que el chico había estado manteniendo relaciones con ella y con otras mientras vivía con Alicia.
El susto que se llevó fue morrocotudo y se sometió a todas las pruebas de enfermedades de transmisión sexual que existen. Fueron negativas y pudo respirar tranquila.
Y llegó el día del juicio. ¿Sabéis lo que pasó? Pues que Alicia y sus allegados tuvieron miedo de testificar. Así que la defensa llegó a un pacto con la fiscalía y esa joya de individuo que anda tranquilamente por la calle fue condenado a 80 horas de trabajos a la comunidad. Fin. Bueno, se mantuvo la orden de alejamiento que finaliza el mes que viene.
Ahora se arrepiente de no haber sido más valiente y haber declarado contra su maltratador. Pero, claro, a dos años vista y con las fuerzas repuestas las cosas se ven de otra manera.
Solo espera que no vuelva a aparecer por su vida, aunque cree que es difícil y el día menos pensado, a partir de abril, se lo encuentre apoyado en la puerta de la peluquería suplicando hablar con ella. ¡Ojalá se equivoque!
Sé que Alicia va a leer esta crónica. Así que si hay alguna imprecisión o alguna aclaración que quieras añadir, siéntete libre para hacerla. Por si acaso, puntualizo que Alicia colabora con la Cruz Roja en ayuda a mujeres maltratadas.
Por otra parte, y siguiendo con la mente humana, me veo incapaz de pasar por alto el asesinato de Gabriel a manos de su madrastra. Ya sabéis que la cuestión que flota en mi novela y en el blog es si alguien es capaz de matar cuando se ve dominado por la ira, la avaricia, la soberbia…Ya sé que la respuesta es sí. Pero este caso, donde intuyo que el motivo ha sido la envidia, también llamado celos, me aterra. No concibo que una mujer sea capaz de quitarse de en medio a un pobre niño de ocho años, sencilla y llanamente, para disfrutar de todo el amor del padre.
La mente, o el alma, puede ser retorcida hasta límites insospechados, sacando tajada de la fragilidad ajena. Dejo la puerta abierta a la esperanza porque la mente, o el alma, también es capaz de alcanzar grandes logros que enaltecen a la humanidad. Y mientras esto suceda, seguiré creyendo en el género humano.
Por si acaso, taponad cualquier fisura mental que permita filtraciones ajenas. Y como yo no lo puedo evitar, abro mis oídos para escuchar vuestras opiniones.