No paraba de rascarme el cuello, lo tenía lleno de granos y cada día aparecía uno nuevo. Me parecía muy raro que en pleno mes de agosto y con la de veces que me metía en el mar para que se secasen no fuesen desapareciendo; además estaba la cuestión de la edad. No me parecía lógico que a los cuarenta y tantos empezara con los síntomas de la pubertad, de hecho, no recordaba haberlos tenido ni en aquella época.
Así que me puse a pensar de qué se podría tratar y llegué a la conclusión de que tenía que ser el estrés. Problemas en el trabajo, muchas decisiones que tomar, familia con adolescentes de por medio…En fin, preocupaciones que unas veces te agobian más que otras; y a mí me estaban agobiando, y mucho. Ni siquiera podía concentrarme en La historia de los Baltimore, el libro que me estaba leyendo.
Pero estaba de vacaciones y algo tenía que hacer para abstraerme y olvidarme de todo; así que dejé el libro a un lado, me levanté de la hamaca donde estaba tumbada y me fui directa al chiringuito a pedirme una cerveza —suelo pedir Coca-Cola Zero, pero ese día preferí que el alcohol me diera un poco de alegría— y me quedé sentada en uno de los taburetes de la barra. Empecé a dar tragos de la botella y a través de mis enormes y oscuras gafas me puse a observar al resto de clientes.
Había mucha gente, las mesas estaban abarrotadas y las tumbonas, si no estaban ocupadas, tenían una toalla encima. Grupos de niños, con salabres en las manos, se dedicaban a la pesca del cangrejo, observados a escasos metros por sus madres —La playa era de piedra y había mucha roca.
¿Cómo llega la inspiración?
Entonces me llamó la atención un hombre, de unos sesenta años, que se levantaba de su hamaca para llamar al camarero. Tenía una enorme barriga que se le descolgaba sobre el minúsculo bañador —de los que yo llamo «braga submarina»—; pidió un whisky con unas almendras y unas aceitunas para acompañar. Me dio la impresión de que esa no era su primera consumición, porque distinguí unos vasos y unos platos vacíos sobre la mesita que estaba debajo de su sombrilla.
Seguí observando, pero mis ojos se dirigieron hacia la mujer que estaba dos lugares a su derecha, sin quitarle ojo al seboso hombretón: pamela, pareo a juego con el bañador, y tantos collares y anillos que más parecía que fuese a una exposición de joyería que a tomar el sol. Llevaba gafas, pero por la superioridad con que levantó la barbilla y el gesto de asco que le puso con la boca deduje que despreciaba a aquel hombre. Sacó a su chihuahua del capazo y mientras lo acariciaba se concentró en las fotos del Hola. Ya no volvió a prestarle atención.
Yo a ellos tampoco, y me fijé en la pareja que estaba en una de las mesas. Era obvio que estaban discutiendo, él la sujetaba por el antebrazo y ella le decía que la soltase, parecía que efectivamente le hacía daño porque estaba a punto de echarse a llorar. Estaban llamando la atención y varias personas se giraron a mirar la escena. Él la soltó, pero unas marcas rojas se quedaron impresas en la piel morena de la chica. Pagaron y se fueron.
Su lugar fue ocupado por cuatro jóvenes que no pasarían de los veinte años, andaban lentamente, arrastrando las toallas, como si el siguiente paso fuese a ser el último de sus vidas. Iban sin afeitar y estoy segura de que si me hubiese acercado más, podría haberles visto las legañas. Se desparramaron sobre las sillas, sacaron un paquete de tabaco, se pusieron a fumar y se pidieron unas «birras». Apenas hablaron y tras cada trago y con cada calada, se dejaban caer todavía más sobre el asiento y echaban la cabeza hacia atrás. Estaban agotados. Pensé que la noche anterior tuvo que ser muy dura para ellos, probablemente ni se habrían acostado.
Entonces se acercó a la barra una chica con la parte de arriba del bikini y unos shorts deshilachados para pedirse…no recuerdo lo que se pidió, porque me dejó patidifusa el tipo que estaba a mi lado, al que no había prestado atención por encontrarme en otros menesteres. Se mojó el pulgar en la bebida y empezó a frotárselo descaradamente sobre el labio inferior, sin apartar la mirada de la señorita del bikini y los shorts. Ella se dio cuenta, pero hizo como si nada. Tal vez eran imaginaciones mías y lo que le pasaba era que tenía un herpes y le picaba, pero resultó que no porque, manteniendo el dedo junto a la comisura del labio, empezó a fruncir la boca como si le fuese a enviar un beso. Juraría que ella sonrió, pero cogiendo el vaso de cartón, se fue hacia la playa. Como si llevara un resorte, mi vecino corrió tras ella.
Nunca supe cómo acabó aquella historia porque me entretuve con las dos chicas que acababan de ocupar el hueco que había dejado libre el chico «Martini». Parecían dos modelos sacadas de la portada de la revista Elle, y una le estaba preguntando a la otra qué le parecía su nuevo vestido playero, que os puedo asegurar que le sentaba como un guante: «¿No te parece divino? Me ha costado una pasta». «Pues no sé qué decirte, creo que te hace un poco gorda. Yo me lo dejaría para estar por casa». Casi me atraganto con la cerveza de la risa que me entró.
Di un último trago y pedí la cuenta, pero aún tuve tiempo de ver a un señor metiéndose en el bolsillo las monedas que algún cliente satisfecho había dejado en una de las mesas como propina.
Conclusión: ¡¡Escribe!!
Mientras volvía a mi hamaca me puse a pensar en la de comportamientos cotidianos que a veces nos pasan desapercibidos, y recordé lo mucho que disfrutaba escribiendo y la de tiempo, por falta de tiempo, que hacía no me ponía a ello. Sentí como una fuerza interna me pegaba un empujón y me invadió una irrefrenable necesidad de escribir. Tenía que hacerlo.
Se me olvidaron las preocupaciones y a la vez que tomaba el sol me puse a pensar en una historia en la que se entrelazaran las vidas de distintos personajes. Pero seguí pensando y me pregunté: ¿y si pongo un cadáver? Siempre me ha gustado la intriga y jugar a quién es el asesino. Así que tenía que ser una novela de las que a mí me gusta leer.
Esa misma noche empecé a hilar la trama. Fue el principio de: El pecado que mató a Carolina Martín.
¡Ah! No sé cuando se me fueron los granos, porque me olvidé de ellos y un día me di cuenta de que ya no los tenía.
Me ha encantado esta introducción y estoy deseando me llegue el libro a casa para empezar a leerlo.
Genial ser valiente para perseguir los sueños!!!
Gracias Inma por tu comentario.
A veces los cambios llegan de la forma más inesperada…Y si no arriesgas, nunca podrás ganar.
Hacia mucho tiempo que no leía un libro que me atrapase tanto, me ha parecido magnifica la descripción de los personajes. me ha sorprendido enormemente.
Enhorabuena Eugenia por tu valentía y por el resultado.
Gracias, Puri.
Si el libro y los personajes te han atrapado significa que, al menos contigo, he conseguido mi propósito: enganchar al lector contando la vida misma con una buena dosis de intriga.
He buscado su blog porque quería conocer un poco mas a la persona que ha escrito, El pecado que mató a Carolina Martín, libro que me tiene enganchadísima e intrigadísima. Lo compré en Amazon, recomendado por una amiga, pero si llego a descubrir el blog antes que el libro, tampoco hubiera dudado comprarlo, porque el relato que hace de como le llegó la inspiración es genialmente descriptivo.
Sra Dalmau gracias por su primer libro; deseando leer muchos mas!!
Qué ilusión me ha hecho tu comentario, Elena, gracias! No te imaginas las ganas que me entraron de volver a escribir, o lo hacía o me daba algo, y entre las dos opciones lo tuve claro. Es cierto, esa misma noche empecé a hilar la trama. Y aunque ahora mismo lo tengo un poco parado, tengo perfilado el argumento del siguiente. Ya lo iré contando en el blog.
Ah! Y no me llames señora Dalmau, llámame Eugenia…Lo de señora suena tan de mayor. (Esto lo pongo porque prefiero que me hables de tú, y si además ya has llegado a un determinado capítulo, lo entenderás)
Estoy disfrutando mucho con tus lecturas, me divierte la manera tan cotidiana, y a la vez, tan bien estructurada con la que cuentas las cosas. Se agradece un buen estilo sin necesidad de buscar grandilocuentes figuras literarias.
Me encanta el hecho que expliques sin complejos el maravilloso juego, que yo practico mucho y en el que mis hijos se están iniciando, de crear historias sobre las personas desconocidas, y anónimas que te vas encontrando por tu camino.
Creo que es un gran ejercicio de observación del que tú haces un ameno camino.
Gracias y seguiré leyendo.
Gracias a ti, Begoña.
Yo también creo que no es necesario buscar palabras pomposas ni enrevesadas para escribir una buena historia, más bien todo lo contrario. Y confieso que he dejado en el camino algún que otro libro porque el abundante e «ignoto» vocabulario estaba convirtiendo la lectura en un tostón.
En cuanto a las ideas que te van dando los desconocidos, y que además es buenísimo para desarrollar la imaginación, ya me contarás si te pasa lo mismo que a mí y vas viendo puntos comunes en muchos de ellos. (Ayer fui a una tienda y una señora que se estaba probando ropa me recordó muchísimo a Pilar, la mujer que conocí en el banco, de la que hablo en el segundo post)
Gracias por compartir el momento (perfectamente descrito) en el que surgió la chispa que prendió la mecha. Ganas de leer el resto de tu novela.
Espero que lo disfrutes!! Gracias, Mariam
Eugenia, ya voy por la mitad, me han atrapado todos los personajes y me ha encantado la trama y como veo que lo terminaré rapidísimo ve escribiendo ya el siguiente que aquí tienes una fan!!
Enhorabuena!!!
Cuánto me alegro de que estés enganchada, Montse! Estos comentarios son los que me animan a seguir escribiendo.
Y seguro que habrá un próximo…